“Vivo por el arte y para el arte”
Pablo Paisano:
Erick Aguirre | eaguirre@elnuevodiario.com.niMuralista, pintor, escultor, artista versátil, uno de los pioneros del arte público monumental en Nicaragua, Paisano habla aquí sobre su trayectoria y sus proyectos actuales
En un amplio taller enclavado en el segundo piso de la residencia del colega periodista Jorge Espinoza, me encuentro con la agradable sorpresa de que el veterano artista nicaragüense, Pablo Paisano, mantiene activas sus manos, su pincel y su creatividad, pese a tanta agua que ha corrido bajo los puentes de Nicaragua en los últimos años.
Aunque es un artista versátil, Paisano ha sido más conocido como muralista o monumentalista, debido a su importante participación en la elaboración de muchas obras de arte público que embellecen algunos puntos de Nicaragua, además de obras individuales. Al menos personalmente, lo he conocido más como muralista; pero como veremos en esta entrevista su versatilidad da para mucho.
Pensando en él y en el muralismo, mientras lo entrevisto recuerdo las prolongadas conversaciones que solía sostener con mi amigo, el finado escritor Franz Galich, quien por su ocupación como profesor en la Escuela de Bellas Artes, y desde mucho antes, mantuvo una relación cercana con los artistas pioneros del muralismo o el arte monumental en Nicaragua.
Galich decía que, siendo el muralismo un fenómeno artístico con miles de años de existencia, y aunque como arte moderno tenga quizás unos seiscientos años (“de Giotto al grafitti”, me recordaba), en Nicaragua no alcanza a cumplir ni cien años. “Es decir –subrayaba Galich con ese su humor benévolo-, está tiernito”.
Pero aún con esa edad “cumiche”, como Galich la llamaba, no dejaba de entusiasmarlo el hecho de que el muralismo haya dado aquí, en pocos años, ciertos pasos importantes, sobre todo en la década ochenta, en la que dio las primeras muestras de lo que sería capaz de realizar. Ya a finales de los noventa, Galich se lamentaba de que más de quince murales realizados en la “década revolucionaria” fueran borrados por “el vendaval de la democracia falsificada”.
“No quedaron huellas, como las de Acahualinca, para testimoniar que por aquí pasó un pueblo que una vez se atrevió a soñar, y cuyo despertar fue tan brusco que cuando abrió los ojos, el dinosaurio todavía estaba ahí”, decía el escritor con ese su humor entre dulce y amargo, para luego agregar con esperanza: “pero dentro de algunos años, los borramurales también habrán sido borrados de nuestra memoria”. Y así fue.
“Lástima –decía Galich- que no supimos estar a la altura de México, donde los murales de la revolución no fueron eliminados por venganza política. ¿Qué fuera de los mexicanos si hubieran borrado sus murales? México no sería México. ¿Qué será de Nicaragua sin su muralismo?” –se preguntaba-. Sin embargo, él mismo fue testigo y cronista de que, a los pocos años de iniciado el “nuevo período histórico” en el país, también se reinició la actividad muralista, aunque con contenidos e intenciones totalmente nuevos.
Pues bien, Pablo Paisano es uno de los importantes pilares de ese “nuevo muralismo” nicaragüense que entusiasmaba tanto a Franz Galich. Nacido el 26 de junio de 1963, en Managua, en el seno de una familia emigrada de la isla de Ometepe, cerca de Altagracia, donde yacen las maravillas de nuestro arte prehispánico, Paisano confiesa haber encontrado tardíamente su vocación artística. Dice haberla descubierto hasta cumplidos los 23 años de edad, cuando empezó a pintar en la Escuela Nacional de Arte Público Monumental, en los años ochenta.
“Ahí fue donde me descrubrí como pintor”, afirma; pero su modestia no le permite reconocer que, en realidad, como autodidacta empezó a pintar a los 16. “Alguien me facilitó unos óleos, unos pinceles y comencé a pintar; empezó a gustarme la pintura, aunque no lo tomaba en serio, no creía que iba a llegar a ser pintor…”
Sus primeros trabajos fueron en óleo sobre madera y sobre tela. Según dice, hacía paisajes, naturalezas muertas, bodegones. “Las figuras humanas las empecé a hacer después, cuando entré a la escuela”. Y es que su acercamiento más serio al arte provino de una conversación que escuchó sin querer.
“Una vez, en 1985, escuché hablar a dos pintores (Leonel Cerrato y otro que no recuerdo); decían que se iba a abrir una Escuela de Muralismo. Ese mismo año se fundó la Escuela Nacional de Arte Público Monumental David Alfaro Siqueiros. Recuerdo que entre los fundadores estaban Sergio Michillini, Mauricio Governatori, Giancarlo Splendianni; el director era Cerrato, y Florencio Artola era uno de los maestros. También estaban Rommel Beteta y Reynaldo Hernández”.
Era la primera vez que hacía contacto académico con la plástica. En la Escuela aprendió las técnicas antiguas y modernas de la pintura mural. No en vano Paisano pertenece a lo que se considera como la primera generación de la Escuela de Arte Público de Nicaragua, egresada en 1988.
Participó en la elaboración de varios murales en diversas ciudades y municipios del país: Los murales de Achuapa, la muestra de integración plástica-arquitectónica en la Escuela de Agricultura de León, el hermoso mural del Centro Nacional de Protección Vegetal, en San José de las Cañadas, Carretera Sur; el fresco visible ahora en el parque Las Palmas, de Managua, realizado bajo la dirección del maestro Esplendianni, y un trabajo en mosaico que aún nuestra vista puede disfrutar en el malecón de San Carlos, departamento de Rivas.
“En 1990, con el cambio de gobierno, la Escuela cambió de orientación y de intereses, y como consecuencia quedamos en el aire”, recuerda Paisano. “Para no dedicarme a otras cosas, me dediqué a hacer fotos a domicilio; trabajé también en carpintería y en otros oficios transitorios, pero la pintura siempre se quedó en mí; seguí trabajando en ella pero como pasión, no para sobreviviencia, porque actualmente no creo que muchos puedan vivir de la pintura”.
-¿Cuál es la inclinación más visible en su práctica como artista?
Lo que me gusta más de la pintura, y por lo que me aceptaron en la Escuela, fue por mi inclinación hacia lo abstracto. La pintura primitiva la empecé a hacer por encargo, aunque luego me fue gustando su técnica y las cosas que se podían hacer con ella. Porque tiene sus encantos también el primitivismo, lo naiv; me gusta que no se sujeta a ninguna regla de la academia. En el primitivismo el cuadro gusta o no gusta, según el ojo del espectador. El primitivismo y el abstraccionismo son mis dos inclinaciones más sobresalientes. El abstraccionismo tampoco se atiene a reglas académicas; se recurre a técnicas más libres, que restringen menos la libertad del artista.
-Curioso que aparentemente sean dos extremos… Pero usted también trabaja con lo figurativo…
Depende de la idea o del tema, porque hay temas que no los puedo tratar en lo abstracto ni en lo naiv, sino que su tratamiento debe ser formal, como por ejemplo el retrato; yo hago bastantes retratos, o un paisaje específico, en el que como pintor debo respetar las realidades…
-¿Y los colores?
Prefiero los colores fuertes, vibrantes, contrastantes; los rojos, amarillos… Tuve mis etapas donde predominaban los azules, los verdes… Ahora estoy en la etapa de los rojos, amarillos, ocres, colores cálidos. Eso en el aspecto de cómo entiendo o cómo ha sido mi forma de ser en estos años…
-¿Se considera un pintor virtuoso?
No. Yo de alguna manera manejo todas las técnicas, pero virtuoso no soy porque esa palabra comprende hacer muy bien cada cosa a los ojos de los demás. Es que me remito a la palabra virtud. Me considero más bien polifacético. Soy un pintor polifacético. Yo admiro, por ejemplo, el virtuosismo de Renoir, de Manet, de Rubens, de Murillo; esos sí son virtuosos; aunque me siento más a gusto con pintores como Van Gogh, Munch, Klee, con los abstraccionistas: Bracque, Miró…
-Su formación académica es casi estrictamente muralista, pero en formatos menores usted es autodidacta ¿Cómo describiría su formación?
Sí, soy autodidacta en ese sentido. He visto muchas pinturas, me gusta admirar el arte de los grandes pintores, de los que formaron escuela, no de sus alumnos; no me considero un pintor clasicista. Admiro a los clásicos, pero no diría que soy clasicista. Pero eso sí: no copio a nadie.
En un amplio taller enclavado en el segundo piso de la residencia del colega periodista Jorge Espinoza, me encuentro con la agradable sorpresa de que el veterano artista nicaragüense, Pablo Paisano, mantiene activas sus manos, su pincel y su creatividad, pese a tanta agua que ha corrido bajo los puentes de Nicaragua en los últimos años.
Aunque es un artista versátil, Paisano ha sido más conocido como muralista o monumentalista, debido a su importante participación en la elaboración de muchas obras de arte público que embellecen algunos puntos de Nicaragua, además de obras individuales. Al menos personalmente, lo he conocido más como muralista; pero como veremos en esta entrevista su versatilidad da para mucho.
Pensando en él y en el muralismo, mientras lo entrevisto recuerdo las prolongadas conversaciones que solía sostener con mi amigo, el finado escritor Franz Galich, quien por su ocupación como profesor en la Escuela de Bellas Artes, y desde mucho antes, mantuvo una relación cercana con los artistas pioneros del muralismo o el arte monumental en Nicaragua.
Galich decía que, siendo el muralismo un fenómeno artístico con miles de años de existencia, y aunque como arte moderno tenga quizás unos seiscientos años (“de Giotto al grafitti”, me recordaba), en Nicaragua no alcanza a cumplir ni cien años. “Es decir –subrayaba Galich con ese su humor benévolo-, está tiernito”.
Pero aún con esa edad “cumiche”, como Galich la llamaba, no dejaba de entusiasmarlo el hecho de que el muralismo haya dado aquí, en pocos años, ciertos pasos importantes, sobre todo en la década ochenta, en la que dio las primeras muestras de lo que sería capaz de realizar. Ya a finales de los noventa, Galich se lamentaba de que más de quince murales realizados en la “década revolucionaria” fueran borrados por “el vendaval de la democracia falsificada”.
“No quedaron huellas, como las de Acahualinca, para testimoniar que por aquí pasó un pueblo que una vez se atrevió a soñar, y cuyo despertar fue tan brusco que cuando abrió los ojos, el dinosaurio todavía estaba ahí”, decía el escritor con ese su humor entre dulce y amargo, para luego agregar con esperanza: “pero dentro de algunos años, los borramurales también habrán sido borrados de nuestra memoria”. Y así fue.
“Lástima –decía Galich- que no supimos estar a la altura de México, donde los murales de la revolución no fueron eliminados por venganza política. ¿Qué fuera de los mexicanos si hubieran borrado sus murales? México no sería México. ¿Qué será de Nicaragua sin su muralismo?” –se preguntaba-. Sin embargo, él mismo fue testigo y cronista de que, a los pocos años de iniciado el “nuevo período histórico” en el país, también se reinició la actividad muralista, aunque con contenidos e intenciones totalmente nuevos.
Pues bien, Pablo Paisano es uno de los importantes pilares de ese “nuevo muralismo” nicaragüense que entusiasmaba tanto a Franz Galich. Nacido el 26 de junio de 1963, en Managua, en el seno de una familia emigrada de la isla de Ometepe, cerca de Altagracia, donde yacen las maravillas de nuestro arte prehispánico, Paisano confiesa haber encontrado tardíamente su vocación artística. Dice haberla descubierto hasta cumplidos los 23 años de edad, cuando empezó a pintar en la Escuela Nacional de Arte Público Monumental, en los años ochenta.
“Ahí fue donde me descrubrí como pintor”, afirma; pero su modestia no le permite reconocer que, en realidad, como autodidacta empezó a pintar a los 16. “Alguien me facilitó unos óleos, unos pinceles y comencé a pintar; empezó a gustarme la pintura, aunque no lo tomaba en serio, no creía que iba a llegar a ser pintor…”
Sus primeros trabajos fueron en óleo sobre madera y sobre tela. Según dice, hacía paisajes, naturalezas muertas, bodegones. “Las figuras humanas las empecé a hacer después, cuando entré a la escuela”. Y es que su acercamiento más serio al arte provino de una conversación que escuchó sin querer.
“Una vez, en 1985, escuché hablar a dos pintores (Leonel Cerrato y otro que no recuerdo); decían que se iba a abrir una Escuela de Muralismo. Ese mismo año se fundó la Escuela Nacional de Arte Público Monumental David Alfaro Siqueiros. Recuerdo que entre los fundadores estaban Sergio Michillini, Mauricio Governatori, Giancarlo Splendianni; el director era Cerrato, y Florencio Artola era uno de los maestros. También estaban Rommel Beteta y Reynaldo Hernández”.
Era la primera vez que hacía contacto académico con la plástica. En la Escuela aprendió las técnicas antiguas y modernas de la pintura mural. No en vano Paisano pertenece a lo que se considera como la primera generación de la Escuela de Arte Público de Nicaragua, egresada en 1988.
Participó en la elaboración de varios murales en diversas ciudades y municipios del país: Los murales de Achuapa, la muestra de integración plástica-arquitectónica en la Escuela de Agricultura de León, el hermoso mural del Centro Nacional de Protección Vegetal, en San José de las Cañadas, Carretera Sur; el fresco visible ahora en el parque Las Palmas, de Managua, realizado bajo la dirección del maestro Esplendianni, y un trabajo en mosaico que aún nuestra vista puede disfrutar en el malecón de San Carlos, departamento de Rivas.
“En 1990, con el cambio de gobierno, la Escuela cambió de orientación y de intereses, y como consecuencia quedamos en el aire”, recuerda Paisano. “Para no dedicarme a otras cosas, me dediqué a hacer fotos a domicilio; trabajé también en carpintería y en otros oficios transitorios, pero la pintura siempre se quedó en mí; seguí trabajando en ella pero como pasión, no para sobreviviencia, porque actualmente no creo que muchos puedan vivir de la pintura”.
-¿Cuál es la inclinación más visible en su práctica como artista?
Lo que me gusta más de la pintura, y por lo que me aceptaron en la Escuela, fue por mi inclinación hacia lo abstracto. La pintura primitiva la empecé a hacer por encargo, aunque luego me fue gustando su técnica y las cosas que se podían hacer con ella. Porque tiene sus encantos también el primitivismo, lo naiv; me gusta que no se sujeta a ninguna regla de la academia. En el primitivismo el cuadro gusta o no gusta, según el ojo del espectador. El primitivismo y el abstraccionismo son mis dos inclinaciones más sobresalientes. El abstraccionismo tampoco se atiene a reglas académicas; se recurre a técnicas más libres, que restringen menos la libertad del artista.
-Curioso que aparentemente sean dos extremos… Pero usted también trabaja con lo figurativo…
Depende de la idea o del tema, porque hay temas que no los puedo tratar en lo abstracto ni en lo naiv, sino que su tratamiento debe ser formal, como por ejemplo el retrato; yo hago bastantes retratos, o un paisaje específico, en el que como pintor debo respetar las realidades…
-¿Y los colores?
Prefiero los colores fuertes, vibrantes, contrastantes; los rojos, amarillos… Tuve mis etapas donde predominaban los azules, los verdes… Ahora estoy en la etapa de los rojos, amarillos, ocres, colores cálidos. Eso en el aspecto de cómo entiendo o cómo ha sido mi forma de ser en estos años…
-¿Se considera un pintor virtuoso?
No. Yo de alguna manera manejo todas las técnicas, pero virtuoso no soy porque esa palabra comprende hacer muy bien cada cosa a los ojos de los demás. Es que me remito a la palabra virtud. Me considero más bien polifacético. Soy un pintor polifacético. Yo admiro, por ejemplo, el virtuosismo de Renoir, de Manet, de Rubens, de Murillo; esos sí son virtuosos; aunque me siento más a gusto con pintores como Van Gogh, Munch, Klee, con los abstraccionistas: Bracque, Miró…
-Su formación académica es casi estrictamente muralista, pero en formatos menores usted es autodidacta ¿Cómo describiría su formación?
Sí, soy autodidacta en ese sentido. He visto muchas pinturas, me gusta admirar el arte de los grandes pintores, de los que formaron escuela, no de sus alumnos; no me considero un pintor clasicista. Admiro a los clásicos, pero no diría que soy clasicista. Pero eso sí: no copio a nadie.
-¿Cuál es el tipo de artista o de obra que usted admira?
Esto de la pintura es como disfrutar de la música: puedo disfrutar a Brahms, pero también un buen vallenato de Carlos Vives. Yo disfruto viendo un cuadro del renacimiento lo mismo que disfruto con un cuadro de Picasso o de las escuelas modernistas de París o Nueva York en el primer cuarto del siglo veinte. De la pintura latinoamericana me gustan sobre todo Tamayo y Guayasamín, Enrique Grau, Cándido Portinari de Brasil; y no puedo dejar de mencionar al doctor Atl.-¿Y de Nicaragua?
De Nicaragua admiro y respeto a Leonel Cerrato, Alejandro Canales; me gusta el trabajo clasicista de Icaza; me gustan los trabajos de June Beer, Olga Maradiaga, Arburola… de los que recuerdo ahora. Aunque no creo que haya pintores a los que yo haya imitado o que me hayan influenciado demasiado. Me gusta en unos su temática, en otros la fuerza de su trabajo, o la realidad que representan en sus obras.-¿Cómo se siente más realizado, como pintor o como muralista?
Yo me siento más cómodo trabajando en formatos grandes; por mis orígenes muralísticos, seguramente. Por eso es que en los cuadros de caballete me gusta usar formatos grandes, para recordar mis tiempos de muralista. El arte público monumental no es solamente pintura, ni es solamente murales; son esculturas, parques, diseños de avenidas, integración del espacio urbano con el espacio o el objeto de arte. En Managua, por ejemplo, hay obras en las que el espacio no concuerda con la obra. Son como estampillas aisladas del entorno, no hay verdadera integración. A veces son los criterios con que se conciben las cosas. No sé si los criterios que algunos han usado para algunas obras en Managua han sido estéticos o de otra índole.
-En el arte público usted también ha trabajado “algo más” que murales…
He trabajado en esculto-pintura, en mosaicos, en frescos. Hago esculturas en madera y en hierro. También he hecho esculturas en cemento o concreto…
-Háblenos de sus exposiciones…
En 1998 hice una exposición personal de grandes formatos (“Grandes formatos de Pablo Paisano”), en Plaza Inter. También hice una en Alemania, en 1993, con cuadros primitivistas, y he hecho otras, también en Alemania, en Zurich, con diferentes cuadros. Estuve también pintando murales en Heredia y en Alajuela, Costa Rica. En cuanto a exposiciones colectivas, en Nicaragua, en 1981, debuté en el auditorio Neysi Ríos, de la UCA. He enviado cuadros a Galería Praxis para varias exposiciones, pero no los han expuesto… Ahorita estoy trabajando con este pequeño proyecto de taller con Jorge Espinoza; aquí me dedico a hacer cuadros en óleo, en acrílico, esculturas, cuadros pequeños y también grandes formatos…
-¿Cómo ve ahora el panorama del arte en Nicaragua?
Resiento profundamente la falta de apoyo al arte de parte del estado actualmente. El arte es como una planta. Hay que cuidarla para que crezca fuerte. No es lo mismo regarla con una panita de agua que con una manguera; mantenerla regada todos los días. Los pintores somos gente de carne y hueso; comemos, sufrimos, dormimos igual que los demás. En el caso mío yo vivo por el arte y para el arte, pero no vivo del arte. Ésa es la triste realidad.
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